Una búsqueda más sosegada en ese inagotable archivo que es Internet hubiera arrojado mucha más información que la que poseo. Pero en definitiva, con lo que tengo a mano me sobra para preguntarme, como lo hice una vez respecto a su ilusoria capacidad mediadora en el Oriente Próximo, si acaso ahora es el cine la nueva obsesión del presidente Leonel Fernández.
Y lo digo, lo pregunto, con real preocupación provocada por este enésimo viaje presidencial: Fernández va a la India a sostener encuentros con empresarios y productores cinematográficos. Dos días de su viaje a este tan lejano como fascinante país dedicados a hablar (imagino, porque todavía no llega la nota de Rafaelito Núñez) con productores, directores y actores de Bollywood sobre las insuperables, y rentables, posibilidades de utilizar a la República Dominicana como locación o destino de sus inversiones.
Su pasión “cinéfila” comienza a parecerme extravagante y lesiva para la institucionalidad dominicana. Si en la intimidad de su hogar, cómodamente instalado frente al último y más sofisticado “home theater” (o un “theater” hecho a la medida de su pasión y holgadísimos recursos) el mandatario disfrutara de sus películas favoritas, no habría razón para la crítica. El problema es que, como en muchos otros de sus disfrutes, la línea entre las preferencias privadas y el Estado se difuminan.
El 26 de junio de 2006 –primera y apresurada referencia encontrada—Leonel Fernández viajó a California donde hizo exactamente lo mismo que hará ahora, casi cinco años después: reunirse con gente del mundo cinematográfico. Uno de ellos, el director Bretner Ratner, le ofreció una cena. Habló entonces de proyectos fabulosos de ejecución inmediata.
Y lo digo, lo pregunto, con real preocupación provocada por este enésimo viaje presidencial: Fernández va a la India a sostener encuentros con empresarios y productores cinematográficos. Dos días de su viaje a este tan lejano como fascinante país dedicados a hablar (imagino, porque todavía no llega la nota de Rafaelito Núñez) con productores, directores y actores de Bollywood sobre las insuperables, y rentables, posibilidades de utilizar a la República Dominicana como locación o destino de sus inversiones.
Su pasión “cinéfila” comienza a parecerme extravagante y lesiva para la institucionalidad dominicana. Si en la intimidad de su hogar, cómodamente instalado frente al último y más sofisticado “home theater” (o un “theater” hecho a la medida de su pasión y holgadísimos recursos) el mandatario disfrutara de sus películas favoritas, no habría razón para la crítica. El problema es que, como en muchos otros de sus disfrutes, la línea entre las preferencias privadas y el Estado se difuminan.
El 26 de junio de 2006 –primera y apresurada referencia encontrada—Leonel Fernández viajó a California donde hizo exactamente lo mismo que hará ahora, casi cinco años después: reunirse con gente del mundo cinematográfico. Uno de ellos, el director Bretner Ratner, le ofreció una cena. Habló entonces de proyectos fabulosos de ejecución inmediata.
De su viaje a Brasil en junio de 2007 regresó no solo con más de cien millones de dólares invertidos en los Súper Tucanos, sino también con planes –aún inconcretos-- de colaboración brasileña en la creación de una estructura que permitiría realizar en el país programas, telenovelas y películas “para exportarlas a nivel internacional”. Fernández dixit, lo juro por mi santísima madre.
El 28 de septiembre de 2010 regresó a California para reunirse con ejecutivos de Warner Brothers y Sony Pictures Entertainment. Quizá encandilado por las luces de los platós, habló de los propósitos de fantasmagóricos empresarios estadounidenses y dominicanos de instalar estudios en el país. Según el mandatario –y no digo que alucinara— los efectos “colaterales” de esta inmigración hollywoodense serían la promoción turística, la creación de nuevos empleos y la visita de celebridades que “eventualmente” elegirían al país como “segundo hogar”. ¿Se vería a él mismo invitado a las fiestas de estas celebrities? Juro por el Dios de los cristianos que no lo dudo.
¿Qué puede ofrecerles Fernández a los productores indios que no tengan ellos en esa babel bollywoodense que, según noticias, no se anda con remilgos a la hora del plagio? De verdad, quisiera saberlo, puesto que ese viaje lo pagan las deducciones a mi salario en 7dias.com.do. Después del derroche de condecoraciones a estrellas que brillaron durante su adolescencia neoyorquina, debo confesar que hay pocas cosas del presidente que me sorprendan. Fagocitado el festival de cine que con tanto esfuerzo de décadas consolidó Arturo Rodríguez (q.e.p.d.), finalmente cooptado, y puesto en su lugar el Festival de Cine de la FUNGLODE (Fundación Global Democracia y Desarrollo), Fernández agrega voluntariamente a su hoja de vida el ser el “primer cinéfilo” dominicano. La visita a librerías, que fue sello en sus viajes al exterior durante su primera gestión, ha sido sustituida con visitas a estudios cinematográficos.
Concedo que el histrionismo de Fernández es superabundante. Pero lamento que este exceso sea proporcional a su falta de pudor político en la utilización de los recursos públicos para satisfacer quién sabe cuáles recónditas pulsiones. Pienso que ya está bueno, que ya basta. Este miserable, paupérrimo país, no puede darse el lujo de un presidente que utiliza los recursos del Estado para compensar carencias personales y para realizar fantasías de adolescente sobresaliente en un entonces más que inhóspito Washington Heigths.
El país no es una película, es una realidad. No puede ser visto desde una butaca, sino desde la responsabilidad de gobernarlo. Mas esta diferencia no parece importar al presidente Fernández, que sigue paseando por el mundo con los recursos públicos, cada vez motivado por una obsesión distinta.
(Como interjección de cierre solo se me ocurre una sonora y rotunda palabra que comienza con "c" y ustedes conocen y utilizan tanto como yo. Repítanla como un mantra con una segunda vocal interminable --una "o" redondísima, a condición de que no les robe la rebeldía).
Nota: en la foto, Fernández entrega una condecoración al actor egipcio Oma Sharif, candidato al Óscar como actor de reparto en 1963 por la película Lawrence de Arabia.
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