martes, 26 de abril de 2011

El corazón y el show

Hay días de dudas insomnes en los que regreso sin coartada a los libros en diálogo con los cuales he ido forjando una visión de la vida. Voy de uno al otro en busca de los párrafos, subrayados en amarillo, que fueron en su momento clarinada y chispa. Releyéndolos, recompongo la coherencia de la frase anclada en la memoria, reordeno las palabras que desorganizó el tiempo.

Ahora acumulo algunos en mi mesa de trabajo, pero entre todos me reta El crepúsculo del deber, cuyo subtítulo es aún más atormentador: La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. No pretendo hacer una recensión, porque no es el caso y porque volví a este libro con las ganas de encontrar lo que buscaba. Si haré citas de él para que hablen por mí.

Crítico con la sociedad que llama «posmoralista», Gilles Lipovetsky desgrana los temas con una lucidez perturbadora. Entre ellos el encabezado por el epígrafe El corazón y el show, del que extraigo lo que sigue: «Cuanto más se debilita la religión del deber, más generosidad consumimos; cuanto más progresan los valores individualistas, más se multiplican las escenificaciones mediáticas de las buenas causas y más audiencia ganan».

Es que «ya no hay causas nobles sin estrellas, ni gran colecta sin sonido», afirma para criticar los grandes espectáculos solidarios, esos que convierten el desamparo de los otros en entertaiment y que son, a su decir, mera «espectacularización de los valores, el compromiso ético convertido en artilugio”.

Escrito en 1992, el libro de Lipovetsky no podía recoger y analizar el fenómeno de la «solidaridad» en las redes sociales que se tejen en la web. No sé si este filósofo francés lo habrá hecho en algún otro libro más reciente que no conozco porque una parte importante de su bibliografía me es ajena. Pero lo que dijo entonces sobre los medios de comunicación tradicionales, particularmente la televisión, puede ser hoy extrapolado sin necesidad de rizar el rizo a estas redes que han sustituido la comunicación personal, el concierto íntimo de acciones y decisiones, por los «post» que concitan la respuesta inmediata, la instantánea y viral explosión de las buenas intenciones y los buenos deseos a los que subyace la con frecuencia irreprimible necesidad de ser considerado «compasivo» sin que casi nunca haya que dar testimonio comprometedor de esta compasión.

Como en los inicios de los años noventa del pasado siglo lo fueron los megaconciertos y sus We are the world, las redes sociales en internet son hoy espacio, también, de campañas «solidarias» para el consumo. «Es la hora de las lágrimas en los ojos, de la dramatización de lo vivido, de los impulsos espontáneos y libres del corazón: no de la imperiosa obligación de actuar, sino de la teatralización del Bien…»


Debajo de los «post», los comentarios que atestiguan el «éxtasis» de los solidarios. En su defecto, un pulgar enhiesto, máxima expresión de la economía del lenguaje característica de la realidad virtual, permitirá dejar constancia del gusto que provoca el «post». Hemos cumplido aséptica, indoloramente. En nuestro interior resuena un clamoroso ¡bravo!









2 comentarios:

  1. Es que, los tentaculos que dirigen estas sociedades saben como deshumanizarnos (sin que nos demos cuenta) saben como provocar nuestras reacciones y saben tambien donde nos quieren llevar.

    Tontos somos que por ponernos en "In", les segumos como borregos

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  2. Cierto, Margarita. atrás quedó los proverbios de "Que la mano derecha no sepa lo que hizo la izquierda" y de "Haz el bien, sin mirar a quién". ¡Qué lástima!
    Brunilda.

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