El próximo 3 de junio, y no el 11 como dice mi cédula, cumpliré 63 años. Cuando tenía 10, es decir, hace más de medio siglo, soñaba a veces con ser “rumbera”, fascinada como estaba por la retadora cadencia de Tongolele y Sonia Furio que la televisión había puesto frente a mis ojos infantiles como ejemplos incontrovertibles de destino femenino. En otras ocasiones quería ser Miss República Dominicana y participar en Miss Universo y ganar el cetro y llegar al país en medio del aplauso colectivo.
Tres años después, cuando bordeaba los 13, mis sueños habían cambiado de manera radical. No quería ser rumbera ni Miss República Dominicana ni Miss Universo ni cosa que se le pareciera. Mi padre, un hombre de escasa instrucción académica pero de un temple de acero, me obligaba junto a mis hermanas y único hermano a permanecer pegada a la radio hasta la madrugada escuchando emisoras clandestinas porque él, chofer de carro público vestido con impecable camisa blanca y corbata negra, construía conscientemente la única herencia posible que podía dejarnos: la de la rebeldía y la constancia, no importa si riesgosa, en nuestra propia interpretación de la sociedad y el mundo. Él me enseñó a ser libre.
Mi padre venía con su historia a cuestas y dispuesto a no dejarla en el camino. Venía de sus actividades en la opositora Juventud Democrática que en 1946, año de mi nacimiento, lo llevaron a la cárcel. Venía también de la delación de un hermano que condujo a los esbirros trujillistas hasta la “pieza” que habitábamos en la calle San Martín, frente a cuya puerta fue arrojado meses después de esta delación como un fardo cualquiera, casi moribundo. Él venía de una tozuda negativa a participar en los mítines barriales en loor a Trujillo que a nosotros, sus hijas e hijo, nos aflojaba las rodillas y nos agolpaba en la “puerta de la calle” a la espera de su regreso, temerosos de que no se produjera nunca. Él venía de prolongar su oficio de chofer a cambio de que, los fines de semana, sus amigos le permitieran, ya instalados en el campo, disparar con sus escopetas a las palomas, los cuervos, las guineas y las cotorras que los domingos traía a casa en un saco. Él, cuyo único vicio conocido por mi fue la caza, nunca pudo durante la dictadura trujillista tener una escopeta porque sus credenciales políticas le impedían clasificar para la tenencia de armas.
Y porque venía de todo eso, solo y desprotegido, fue a salvar al hijo atrapado en el incendio provocado por los esbirros de la dictadura en el local que el Movimiento Popular Dominicano abrió en la avenida José Trujillo Valdez (hoy Duarte), en 1960, cuando Máximo López Molina abandonó su exilio cubano y se las jugó todas al aceptar la “invitación” a desarrollar sus actividades en el país hecha por un régimen que daba sus últimos coletazos y era, por eso mismo, más temible que nunca. Cuarenta y nueve años después de aquel evento sigo viendo a mi padre, de contextura frágil y estatura más bien pequeña, fotografiado en el vespetino La Nación cuando sostenía en sus manos la soga que rodeaba la garganta del hijo y era estimulado al crimen por la turba idiota que no pudo identificar en él al hombre digno que era, confundiéndolo con uno de ellos que avanzaba hacia la venganza impune. Y recuerdo cómo seguimos, con lágrimas en los ojos, el macabro conteo de los muertos de Constanza, Maimón y Estero Hondo. Y cómo me obligó, cuando apenas tenía yo 14 años, a guardar un día de luto por las Mirabal, vestida, lo recuerdo con la precisión de una fotografía, con la falda blanca del uniforme de “gala” de la escuela y una camisa a cuadros grises y negros.
Y porque era el hombre que era, mi papá, que ejercía su oficio de chofer en la Clínica Internacional, en la Avenida México, tuvo el privilegio de la confianza de los médicos que atendieron a Pedro Livio Cedeño y supo al día siguiente muy temprano lo acontecido horas antes en la hoy autopista 30 de Mayo. Y fue a la Escuela República Dominicana, donde yo estudiaba, sacándome del aula alrededor de las diez de la mañana del día 31 de mayo. Cuando llegamos a nuestra casa en la Dr. Otilio Meléndez (hoy Ramón Saviñón Lluberes, ¿o al revés?) casi a esquina calle Barahona, sin pensarlo dos veces tiró por la ventana que daba a la calle, in miedo alguno, la infamante placa que la dictadura obligaba a poner en la sala de todos nuestros hogares haciendo admisión de que Trujillo era el jefe.
Papá fue también “el Comandante” en la guerra de abril. Nacido con el siglo, con sesenta y cinco años y un fusil máuser a cuestas, defendió las Aduanas. Y fue el inspirador del primer comando en la parte alta en aquellas marcantes horas de la dignidad abrileña. Andando entonces en mis propios trajines, supe que el 26 de abril mi padre, casi un anciano, transportaba bombas molotov a la cabeza del puente Duarte para evitar el paso de los tanques del CEFA. Y después lo vi ir y venir por las calles de Ciudad Nueva, tan frágil que me daba miedo de que el fusil lo quebrara. De esas calles desapareció cuando cruzó la alambrada imperialista que nos cercaba, para ir a la Clínica Internacional con la intención de recuperar el carro que dejó abandonado en los primeros días de la revolución a su regreso del puente. Allí se encontró con los marines que esperaban al viejo despistado que dejó en el baúl la evidencia de su participación en la memorable batalla popular. Sans Souci sería su destino, y el mío el estremecimiento visceral de escuchar su nombre cuando la voz del cubano Luis Acosta Tejada desgranaba a través de la radio constitucionalista los de nuestros desaparecidos. Lo salvó monseñor Claritzio, acosado por Dinorah, mi hermana, miembra de todas y cada una de las asociaciones católicas de la época.
Junto a todos estos recuerdos que amo entrañablemente, tiene lugar privilegiado el de aquella mañana de julio de 1961 en que llegó a casa con el irreprimible y alborozado orgullo de ser el número 86 (no lo olvidaré nunca) en inscribirse en el recién llegado Partido Revolucionario Dominicano. Había madrugado para obtener una de las primeras inscripciones. En el cuello de la camisa portaba un “pin” con el “jacho prendío” que exhibía como si fuera una condecoración. Treinta y seis años después de aquel momento, de regreso del cementerio, la última de sus pertenencias que guardamos sus hijos fue una foto de José Francisco Peña Gómez que siempre estuvo en una esquina del espejo junto a la de mi madre.
En este día ignominioso para la democracia que él me enseñó a desear y a amar, rindo homenaje a la memoria de mi padre Alfredo Amado Cordero Díaz, pero también a la dignidad de los asambleístas Juana Vicente, Miguel Bejarán, Domingo Colón,. Juan Comprés, Isabel de la Cruz, José Ramón de la Rosa, Juan Encarnación, Manuel Jiménez, Rubén Maldonado, Alfredo Martínez, Demóstenes Martínez, Abraham Martínez, Gmaliel Montás, Hilda Moronta, Franklin Peña Villalona, Mirtha Elena Pérez, Karem Ricardo, Asif Nazario Risek, Martha Rodríguez, Gustavo Sánchez, Elso Segura, Gilberto Serulle, Minou Tavarez Mirabal, Víctor Terrero, Lety Vásquez, Santiago Vilorio, Agne Berenice Contreras, Pedro Aguirre, Rafael Librado Castillo, Josefa Caastillo, Salomón García y Noé Marmolejos.
Gracias a todos por hacerme parte de esta maravillosa aventura de construir un país distinto que sigo soñando para Juan Martín, mi nieto.
Dios mio Margot....esto lo sacaste verdaderamente de tus entrañas!!! Cuanta dignidad en ese padre tuyo...que Dios lo tenga en la Gloria, tal y como se lo merece.
ResponderEliminarMi adorable Margarita, al enterarme de lo que ocurrió anoche con el nefasto Artículo 30, con el que Leonel Fernández adornó nuestra Constitución para honrar a la mujer dominicana, creí que la impotencia que podía embargar a un ser humano había desbordado mi capacidad de soportarla. Al leer tu historia un nudo adicional estrangula mi garganta mientras la impotencia se acrecienta. Me ilusioné con la idea de que más legisladores se levantarían contra tal ignominia hacia las mujeres a las que tanto le ruegan por su voto. Nos pedirán el voto para vejarnos? Para usarnos como al papel desechable? Anotaré esos nombres en mi agenda, y de hecho ya sé quién realmente merece ese voto, quizás sea sólo uno, pero a su debido tiempo recordaré a las amigas que pueda quiénes fueron los héroes que nos defendieron, y cuàles fueron los cobardes oportunistas que se metieron debajo de las enaguas de una sotana para seguir ganando favor político con su genuflexión. Gracias por tus contribuciones y orientaciones. Recibe un abrazo sincero. Pero te reitero que hoy me siento profundamente triste ...porque mi alma está de luto.
ResponderEliminarNo tengo comentarios....pero sí muchos suspiros...
ResponderEliminarMis más admirados saludos para usted, Margarita.
Álbida.
Bravo...! Con la venia de la escritora lo llevare a la mesa familiar, asi lo leo y no soy el unico de la familia que termina con los ojos que se hacen agua...
ResponderEliminarT.
Querida hermana: No sabes lo orgullosa que me siento de ti. La historia de nuestro padre te quedo un poco corta. Cuantos capitulos quedaron por contar. cuantos pasajes de su vida que fueron norte para nuestras vidas. Un viejo incolume, gallardo, altivo, orgulloso, valiente, que ejemplo ese viejo para los medios-hombres de hoy.
ResponderEliminarMaggie nuestros padres ( a mama tambien le debemos demasiado, en cuanto a valentia y arrojo se refiere) hoy por hoy ,lo que como seres sociales somos. Ellos nos forjaron como el acero. Yo tambien paso como una pelicula las cosas que nuestro padre nos enseno y me mantengo firme, soliddaria, lejos de los perversos, sumisos, los que tienen precio y fundamentalmente de los traidores.
Y sobre el articulo 30, es una verguenza para el pais, una negacion de la lucha de las mujeres y hombres que han defendido el derecho a las libertades de nuestro pueblo.
Hoy Jose Francisco Pena Gomez debe estar revolcandose en su tumba, al ver a estos desechos humanos representando su partido.
Margo: me dieron ganas de llorar. Lo unico que nos queda es nuestra capacidad de ser rebeldes....Bravo Mujer
ResponderEliminarAmparo Arango
Que emocionante como abriste tu corazón, tu vida...en mis clases de lectura musical he aprendido algo muy importante: "el silencio tambien es parte de la música" ;^)
ResponderEliminarUn abrazo
Alejandro
Siempre tuve la convicción de conocer a una profesional capaz y sobre todo directa y precisa; no sólo a la hora de escribir, sino cuando orientaba, enseñaba y dictaba esa especie de estilo para ejercer el oficio de periodista en el país…Lo demás, la sensibilidad de la mujer que agradece ser “parte de esta maravillosa aventura de construir un país distinto” que sueña para su nieto Juan Martín, y la ternura que no muchos seres descubren a simple vista, está manifiesta en este tributo que seguro agradece con orgullo don Alfredo Amado Cordero Díaz, el número 86 del Partido Revolucionario Dominicano, donde quiera que esté…
ResponderEliminarMargarita, te abraza Mercedes Alonso. Gracias por algo así.
Margarita:
ResponderEliminarSolamente te puedo expresar que te entiendo...Y muy bien, pues de la casta de tu padre estuvo hecha mi familia.
Brunilda Amaral.