lunes, 20 de julio de 2009

Que hablemos todos por boca de ganso


En amplios círculos sociales y políticos del país, la disidencia tiene mala fama. Peor aún, mucho peor: tener ideas propias, aunque sean escasas y nada excepcionales, convierte en réprobo frente a los ojos de quienes sustentan la paz “social” en el asentimiento sumiso, presto siempre a justificar cuanta indignidad necesite de defensores sin capacidad de sonrojo.

El caso del hoy ex general Juan Tomás Taveras Rodríguez es ejemplar. Separado de las filas policiales tan arbitrariamente como fue arrestado, es ahora blanco de críticas denodadamente empeñadas en demeritar no solo sus ideas en materia de seguridad y defensa, sino su gesto de valentía cívica al buscar su libertad a través de los tribunales de la República.


Los “argumentos” van desde extrañas teorizaciones sobre la disciplina policiaco-militar puesta en riesgo por Taveras Rodríguez hasta la apelación pura y simple a la sujeción a la autoridad que planea sobre el orden jurídico y democrático dominicano. En definitiva, unos y otra conducen a lo mismo: a la acriticidad frente a quienes mandan, cuyos juicios y acciones son presentados como axiomáticos por quienes sirven de coro del autoritarismo cínico, para el cual el concepto de ciudadanía solo tiene un utilitario valor discursivo y ninguna aplicabilidad respetable.


Los áulicos abiertos o vergonzantes del poder autoritario han insinuado que a todo lo acontecido alrededor de Taveras Rodríguez subyace una intención política aviesa. Recurren sin recato a teorías conspirativas, no importa si en el esfuerzo exponen sus partes pudendas. Hay siempre algo de grotescamente exhibicionista en la defensa del uso del poder para acallar al contrario.


Estas opiniones –y se entiende a partir de entender a sus emisores— son contrastantes con las mantenidas respecto a otros temas fundamentales para el país y la sociedad, como es el reclamo cívico de que la corrupción administrativa sea perseguida y sancionada. En estos casos, o hacen mutis o vuelven a sus andanzas de intentar banalizar lo que se denuncia y pide.


En una democracia no debe haber temas tabúes, excluidos del debate público, ni hipócritas bolsones de asepsia política. Salvo que a lo que se aspire sea a que hablemos todos y unánimemente por boca de ganso.





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