jueves, 23 de julio de 2009

Un fútil ejercicio de ninguneo


Durante la pasada campaña electoral, el presidente Leonel Fernández rehusó debatir y confrontar sus propuestas con por lo menos los dos otros candidatos principales, el perredeísta Miguel Vargas Maldonado y el reformista Amable Aristy Castro, aduciendo la orfandad “conceptualizadora” de la sociedad dominicana. Ergo, él, que si la tiene en exceso, no descendería de su pedestal para situarse al mismo nivel de aquellos a los que –dijo una vez en privado— podía sacar del escenario con un solo gesto de su mano izquierda.

En su libro “La razón arrogante”, Carlos Pereda aborda con mordaz lucidez la patología social del arrogante: un sectario inmovilizado en sus creencias que solo acepta cómplices con quienes compartir “el enfático menoscabo de todo lo que no está de acuerdo con su creer y desear”. Sin necesidad de rizar el rizo, no puedo menos que encontrar similitudes entre esta definición teórica del arrogante y la manera en que el presidente Fernández acostumbra a manejarse en el poder.


Cuando pese a su autoimagen de superior al resto de los políticos y de sus gobernados el agua de la insatisfacción social le llega al cuello y se ve compelido a ofrecer “explicaciones” sobre determinado tema, no opta por hablarle al país de manera directa, de modo que cada dominicano y dominicana pueda sentirse destinatario del mensaje, sino que establece jerarquías, determina quiénes son “líderes de opinión” y los reúne en un escenario, el Palacio Nacional y su parafernalia, que simbolizan el poder que él mismo encarna.


Con frecuencia, al presidente Fernández se le endilga la calidad de “experto” en comunicación, con el único dato a la mano de sus años de docencia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde impartió la materia Sociología de la Comunicación. De esa etapa que cimentaría su “expertice” solo queda el libro “El delito de opinión pública”, de cuyas premisas teóricas hace tiempo, y no digo que sin razón, abjuró el hoy Presidente, del mismo modo que abjuró de lo dicho en sus artículos sobre el fraude electoral de 1990, publicados en el desaparecido periódico “El Siglo” y posteriormente recogidos como libro con el nombre de “Raíces de un poder usurpado”.


Yo no estoy tan segura de que al presidente Fernández se le pueda considerar “experto” en comunicación. Si lo fuera, entendería que en los tiempos que corren la opinión pública se construye de manera radicalmente distinta de hace apenas quince años atrás. Pongamos un ejemplo práctico de este cambio: más de ocho mil personas, en su mayoría jóvenes de clase media, se reunieron el pasado domingo en la Plaza España en el concierto “Música por Los Haitises”. Noquearon en el primer asalto el pesado silencio de los grandes medios haciendo uso de las nuevas tecnologías: las redes sociales en la Web, los mensajes de texto en los celulares y los blogs.


Quienes protestan cada vez más numerosos en los más recónditos pueblos del país –en su mayoría sin acceso a las TICs— tienen otras formas de crear opinión pública: las asambleas comunitarias, el volante, la orientación del igual que se identifica con ellos, el comentario en el colmado y en el colmadón. Es su opinión pública, formada al calor del problema compartido, de la insatisfacción irreprimible. Y no hay escogidos que la modifiquen, aún cuando por su seriedad pública algunos merezcan reconocimiento y respeto. Más aún: la capacidad designadora del dominicano tiende –-no siempre con justicia--- a calificar de “vendido” a quien coincide con la visión oficial sobre los problemas que acucian a la población y para los cuales no hay respuestas o se postergan al infinito.


En la poliarquía democrática del siglo XXI la opinión pública tiene demasiados medios para diferenciarse de la opinión publicitada que intenta pasar gato por liebre. Y es esta opinión pública, irreductible en su percepción de que la corrupción carcome al gobierno del Partido de la Liberación Dominicana la que Fernández, no con palabras sino con hechos, debería tratar de influir


Intelectualmente arrogante, Fernández podrá seguir determinando, siempre conforme sus intereses, quién es líder de opinión con suficiente calidad para escucharlo y comprenderlo. Lástima que no entienda que mientras eso ocurre, las redes dominicanas de Twitter se congestionan con mensajes sobre Los Haitises, Segura y su nepotismo, Rodríguez Pimentel y sus pagos a incumplidores, los adendas que multiplican presupuestos, los apagones y la falta de agua, la inseguridad ciudadana, la rabia social y las palabras salidas de tono que desahogan; y los blogs, cada vez más numerosos en el país, se entrelazan para aumentar la cobertura de lectores y permiten el surgimiento de verdaderos líderes de opinión, hijos de la horizontalidad de las nuevas comunicación e información. La tecnología es plebeya… a Dios gracias.


Fernández puede, por tanto, reunirse con quien le venga en ganas, pero no le saldrá gratis menospreciar a la población y sus voceros, desdeñarlos como hacedores de opinión. Y es que la soberanía de la nueva opinión pública se ríe de todo el fútil esfuerzo presidencial de ninguneo.




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1 comentario:

  1. Negra: Gracias por escribir como lo haces. Aunque sé que el orgullo no es una virtud, sino un vicio del alma aceptable cuando se lo siente por causas superiores, quiero decirte que me siento orgullosa de ser tu amiga, colega, hermana del alma. Adelante, Margarita. Eso es Periodismo, con mayúscula. Una acotación: el faraón de Palacio es tan superior que muy escasas veces habla a los periodistas asignados a Palacio. Lo suyo es con los directores de medios, quienes, genuflexos, se hacen cómplices del ninguneo de Leonel frente los colegas. Adelante, mujer.

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