Vicente Bengoa, quien suele suplir el argumento razonable con bravuconadas de padrote, sale el miércoles 27 a pedir un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Por su jerarquía o por maldad del destino, que a veces suelen coincidir, le tocó anunciar el peregrinaje por los despachos de un organismo a cuyos funcionarios mandó a freír tusas hace apenas unos meses.
Desde luego, eran aquellos tiempos (recientes) de supremos alardes sobre el blindaje de la economía, de supuesta abundancia que hacía del país un faro en un mundo de desconciertos. Tiempos de mandar a los empresarios a pedirle al FMI intervenir la economía de los Estados Unidos, fuente de “las dificultades” de la dominicana pero en abismal desventaja relativa respecto ésta, tan sabiamente dirigida.
Tiempos eran de hablar del resurgimiento del complejo de Guacanagarix, “porque hay quienes creen que tienen que venir de afuera a decirnos qué es lo que tenemos que hacer”. Tiempos de decir que todo acuerdo con el FMI es “una intervención de la soberanía, con la única diferencia de que antes venían con tropas para que les paguen la deuda y ahora viene un funcionario y se instala en un piso del Banco Central”. Él, kamikaze del orgullo patrio, no permitiría que se mancillase la independencia de su muy amada República Dominicana.
Ahora, como un león amaestrado, Bengoa viajará a Washington a pedirle al FMI que consienta en desembolsos que el país, derretido su blindaje, necesita con desesperación para no caer en la ingobernabilidad de que hablaba Temístocles Montás apenas horas antes de que el presidente Leonel Fernández dispusiera viaje y firma.
Hay en este consentimiento de Bengoa a buscarle el lado al FMI una admisión pública de que todo lo dicho antes por él sobre la marcha de la economía era falso. Como falsos han resultado ser también sus pruritos nacionalistas. Ha timado a la opinión pública por partida doble.
Pero nada de eso importa en un país donde la desmemoria es la apuesta perpetua.
Desde luego, eran aquellos tiempos (recientes) de supremos alardes sobre el blindaje de la economía, de supuesta abundancia que hacía del país un faro en un mundo de desconciertos. Tiempos de mandar a los empresarios a pedirle al FMI intervenir la economía de los Estados Unidos, fuente de “las dificultades” de la dominicana pero en abismal desventaja relativa respecto ésta, tan sabiamente dirigida.
Tiempos eran de hablar del resurgimiento del complejo de Guacanagarix, “porque hay quienes creen que tienen que venir de afuera a decirnos qué es lo que tenemos que hacer”. Tiempos de decir que todo acuerdo con el FMI es “una intervención de la soberanía, con la única diferencia de que antes venían con tropas para que les paguen la deuda y ahora viene un funcionario y se instala en un piso del Banco Central”. Él, kamikaze del orgullo patrio, no permitiría que se mancillase la independencia de su muy amada República Dominicana.
Ahora, como un león amaestrado, Bengoa viajará a Washington a pedirle al FMI que consienta en desembolsos que el país, derretido su blindaje, necesita con desesperación para no caer en la ingobernabilidad de que hablaba Temístocles Montás apenas horas antes de que el presidente Leonel Fernández dispusiera viaje y firma.
Hay en este consentimiento de Bengoa a buscarle el lado al FMI una admisión pública de que todo lo dicho antes por él sobre la marcha de la economía era falso. Como falsos han resultado ser también sus pruritos nacionalistas. Ha timado a la opinión pública por partida doble.
Pero nada de eso importa en un país donde la desmemoria es la apuesta perpetua.
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