sábado, 5 de septiembre de 2009

Disciplina en el PRD, sí ¿pero cuál?


El problema del discurso político dominicano –entendido como visión del mundo y no como arenga en la tribuna-- es que cada vez parece más inexpresivo. No comunica o lo que comunica es tan ambiguo que no hay manera de aprehender su significado.

Tomemos de ejemplo las reiteradas invocaciones a la disciplina que ahora se hacen en el Partido Revolucionario Dominicano. La disciplina es el nuevo paradigma en un PRD que se reconstruye o que busca reconstruirse.

En ningún momento –no por lo menos que haya yo podido leerlo o escucharlo— el concepto se despliega, se explica, como sería conveniente para evitar malentendidos. Cuando más, se lo sitúa en un contexto, como sucede en un artículo reciente de Tony Raful, que lo contrapone al desorden, a la trifulca, a la rebatiña insensata por cargos y al irrespeto a la jerarquía. “Es inconcebible que se le falte el respeto al Presidente del Partido como ocurrió recientemente cuando fue interrumpido por el lanzamiento de consignas fuera de lugar porque se trataba de un acto institucional”, dice Raful en el texto al que aludo. Que mientras habla se interrumpa a quien sea –presidente o simple militante de base, en este caso-- me parece una soberana grosería, un acto casi incívico, pero no una “indisciplina”.

No soy sociolingüísta ni mucho menos semióloga, pero creo haber desarrollado un mínimo olfato crítico que me permite entender que cuando en contextos como el señalado se habla de “disciplina” a lo que se refiere el hablante o articulista, planteándoselo como anhelo, es a lo que Max Weber define como “una ‘obediencia habitual’ por parte de las masas sin resistencia ni crítica”. Es decir, más o menos: en las alturas se toma una decisión y los otros “disciplinados” la acatan sin aspavientos, garantizando que todo concluya tan feliz y gozosamente como en una película de Disney.

Refiriéndose a la disciplina otro pensador, Cornelius Castoriadis, se hace preguntas que yo repito en ánimo de esclarecer algunas cosas: “qué disciplina, decidida por quién, controlada por quién, bajo qué formas y con qué fines”.

¿Cuál disciplina se busca establecer en el PRD? Sería bueno saberlo. Se dice, por ejemplo, que los asambleístas de ese partido que votaron en contra del Artículo 30 del proyecto de reforma constitucional fueron advertidos por Miguel Vargas Maldonado de que el PRD reiterará su apoyo al infame texto en la segunda lectura y de que quien actué en contra de esta decisión no podrá aspirar a ser reelecto. Me estoy haciendo eco de un rumor, lo aclaro. Pero si este rumor llegara a ser cierto me pregunto si es este el modelo de “disciplina” del nuevo PRD o si, por el contrario, es coacción antidemocrática, negación radical de todo proyecto que tenga por norte la convicción de poner “primero la gente” en cualquier situación o coyuntura.

¿Quién ha decidido que pertenecer al perredeísmo “disciplinado” es desmontarse la cabeza para evitar que otro se la corte? ¿Quién controla esa disciplina? ¿El mismo que disciplina? ¿Los organismos del partido? ¿A los fines de quién sirve esta disciplina? ¿A los fines de un proyecto de país, y si lo hay, cuál es? Responder estas preguntas no es peregrino. Obliga al análisis de la calidad de la práctica política sobre la cual se asientan las nuevas propuestas blancas. A pensar si lo que se intenta construir arriesga acaso a la deshumanización de una colectividad política que, sin proyecto y con miedo a expresar sus ideas so pena de perder ventajas o gracias, propenderá únicamente a buscar las ventajas del poder por el poder mismo.

Nadie quiere al PRD del “concordazo”, caso paradigmático de hasta dónde pueden llevar las pasiones políticas (y estas, digámoslo de paso, nada tienen que ver con la disciplina, sino con la incapacidad de confrontar ideas); pero tampoco creo que nadie que reconozca en el PRD un actor principalísimo en la construcción democrática dominicana quiera enterarse de que a los viejos y nuevos militantes, como al protagonista del cuento La mancha indeleble, de Juan Bosch, una voz les diga a las puertas del partido, persuadiéndolos de quitarse la cabeza: “Aquí no tiene que pensar. Pensaremos por usted. En cuento a sus recuerdos, no va a necesitarlos más: va a empezar una vida nueva”.

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