El problema de convertir los conceptos en conjuntos vacíos es que los autores del vaciamiento terminan por vaciarse a ellos mismos. Lo que dicen es mero encadenamiento de palabras con apenas sustancia, si es que tienen alguna.
Esta insustancialidad es cada vez más común en el habla política dominicana. Ya no se trata de que, como tan sabiamente afirma Humpty-Dumpty, “las palabras dicen lo que yo quiero que digan”, sino que ya no dicen absolutamente nada. Nuestros políticos hablan de modernidad y jamás remiten a valores –es decir, a conceptos— sino a algo tan gaseoso que puede ser cualquier cosa: desde un “Home Theater” hasta lo último en tecnología celular, por ejemplo.
Y como, al parecer, ya no es necesario tomarse la molestia de manejar los conceptos políticos que definen proyectos convertidos en meta, el lenguaje político dominicano se va poblando de nuevos vocablos sustitutos importados de otras disciplinas, la Psicología, verbigracia, que sirven para medir las capacidades o discapacidades del contrario. Au revoir a la ideología, a la propuesta política por muy loca que sea. Las "incorrecciones" ideológicas son ahora patologías de la personalidad.
Esta insustancialidad es cada vez más común en el habla política dominicana. Ya no se trata de que, como tan sabiamente afirma Humpty-Dumpty, “las palabras dicen lo que yo quiero que digan”, sino que ya no dicen absolutamente nada. Nuestros políticos hablan de modernidad y jamás remiten a valores –es decir, a conceptos— sino a algo tan gaseoso que puede ser cualquier cosa: desde un “Home Theater” hasta lo último en tecnología celular, por ejemplo.
Y como, al parecer, ya no es necesario tomarse la molestia de manejar los conceptos políticos que definen proyectos convertidos en meta, el lenguaje político dominicano se va poblando de nuevos vocablos sustitutos importados de otras disciplinas, la Psicología, verbigracia, que sirven para medir las capacidades o discapacidades del contrario. Au revoir a la ideología, a la propuesta política por muy loca que sea. Las "incorrecciones" ideológicas son ahora patologías de la personalidad.
Muy atrás quedan los tiempos en que la discusión de las diferencias se desarrollaba en un lenguaje político y sobre cuestiones de la política. Ahora, elucidaciones de este tipo son, además de enojosas, innecesarias cuando a la mano está, citemos uno, el término “inmadurez”, de festiva colectivización: no ofrece dificultades a la pronunciación, por lo que cualquier disléxico puede utilizarlo sin trastabillar. Desde luego, y como era de esperarse, ninguno de los nuevos políticos-psicólogos que hablan por boca de ganso define clínicamente la inmadurez ni sus características incapacitantes. Sería pedir peras al olmo.
Tienen, sin embargo, la cara dura de no ruborizarse. Todos a una, advierten del peligro que se cierne sobre sus colectividades si los inmaduros llegaran a alcanzar -¡zafa!— algún puesto preponderante. Provocarían la más definitiva de las debacles, hundirían el proyecto arcádico surgido del estar juntos y “reburujaos” para que no se rompa el equilibrio que asegura la alternancia tan gráficamente descrita en el dicho popular: “quítate tú para ponerme yo”. Ergo, los “inmaduros” crearían ruidos en las complicidades.
Aunque quizá sea cierto que los “inmaduros” son siempre inconvenientes y detestables. Hay un problema, sin embargo: como no soy psicóloga ni de momento estoy yendo a uno, sino que soy simplemente una ciudadana insatisfecha, para convencerme de lo que dicen sobre la esencial inconveniencia de la inmadurez tienen que demostrarme qué de mejor me ofrecen los políticamente “maduros” que no sea la España Boba de estos últimos cinco años de “oposición”.
Si paso mi particular (y quizá inmaduro) balance, concluyo en que lo único que ha logrado la “madurez” de nuestros políticos-psicólogos es que Leonel Fernández y su gobierno se sirvan con la cuchara grande en el sancocho de nuestras desdichas colectivas. El gobierno peledeísta ha defraudado las arcas públicas, ha pisoteado la institucionalidad, ha pervertido como nunca antes el sistema político a golpe de papeletas, ha convertido la corrupción en práctica cotidiana y dispensable, y sigue como el primer gandul. No por nada Leonel Fernández recomendó a “oposición” este jueves en Nueva York que ni sueñe con desplazar al PLD del poder.
La sociedad, civil o como se llame, ha librado sola sus batallas. Cada semana y en cualquier punto del país, un movimiento de protesta no encuentra eco alguno en nuestros políticos-psicólogos. Periodistas como Nuria Piera y Alicia Ortega han batido el estercolero sin encontrar otro respaldo que el de una ciudadanía cada vez más sensible y crítica. Ningún tema, absolutamente ninguno, se ha convertido en “el tema” de esta oposición chata y gris. Lo popular es historia del pasado; ahora hay que ponerse de alfombra para que pasen, sin ensuciarse los pies, los llamados poderes fácticos.
A mi, que he puesto en estos días especial interés en cierto e identificable “debate” político, me hubiera gustado que alguien me ofreciera masticada las ventajas de la difusa y pacotillosa propuesta de “modernidad”, que asegura el desplazamiento del Partido de la Liberación Dominicana en 2010 y 2012, sobre la patológica “inmadurez” que me habla de reconciliaciones con la Historia. No la he encontrado, quizá porque no he hablado con nadie, sino leído y releído unos disparates “teóricos” que lloran ante la presencia de Dios.
Así que como no encuentro respuesta en los políticos-psicólogos, recurro a mis oráculos, Savater el primero, quien reproduce esta cita de Bluntschli: “La política debe ser realista; la política debe ser idealista: dos principios que son verdaderos cuando se complementan, falsos cuando están separados.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este es un espacio personal que, por lo general, comparto con mis amigos en las redes sociales. Si alguien llega por otra vía y plantea diferencias de manera respetuosa, publicaré sus comentarios. Lo que no acepto son insultos.