Participé recientemente en un panel organizado por el grupo Autoconvod@s sobre la posibilidad de que los grupos llamados progresistas se doten de programa y candidato propio para las elecciones de mayo de 2012.
Algunos de los participantes en el panel que conocen la existencia de este blog, me sugirieron publicar mi intervención. Aquí está, sin ninguna pretensión que la de estar.
1. La nota anunciando este conversatorio aprovechaba para anticipar su posible contenido. En forma de preguntas continuadas, ponía sobre la mesa las inquietudes que justifican este intercambio de impresiones. Yo no tengo respuestas para esas preguntas, lo digo desde el principio. Tengo, como todos ustedes, esas y otras preguntas, esas y otras inquietudes, y algunas certidumbres problemáticas.
2. Debo decir, sin embargo, que las preguntas de la nota que aludo me hacen pensar que la busca por los sectores progresistas de un camino propio ha sido hasta ahora similar al trabajo de Sísifo con el sentido que le daban los dioses: un trabajo inútil y sin esperanza. La misma pregunta recurrente, la misma angustia de verla replanteada de manera incesante a través de las últimas cuatro o cinco décadas. ¿Qué hacer frente a este panorama de dispersión de las fuerzas progresistas, de imposibilidad real de hacer valer sus ideas, que creemos superiores, frente a una población que pendula entre uno y otro partido «tradicional», que los vota mayoritariamente y que los cuestiona solo hasta un límite? ¿Por qué no hemos sido ni somos ahora capaces de catalizar los descontentos embrionarios, de convertirlos en respuesta antisistémica?
3. Desde mi punto de vista, los sectores progresistas purgan el pecado original de tratar de construirse una identidad en oposición discursiva con los sectores conservadores representados, con distinta gradación según el tiempo histórico, por los diferentes partidos. No se ha operado un cambio en la práctica, en la cultura, sino en el lenguaje. Y esta diferencia, que no es tal, termina anulada por la reproducción de la cultura política que se dice negar. Esto explicaría, probablemente, el permanente morderse la cola de los intentos unitarios de la izquierda, o el aprovechamiento personal de espacios que han nacido con la buena intención de ser colectivos, de ir construyendo poco a poco la propuesta que exprese –y convenza de que lo hace— una nueva visión de la política y de la sociedad.
4. ¿Es posible articular una alianza electoral entre los sectores políticos y sociales que propugnan el cambio? Esta pregunta no nos remite a un proyecto, sino al síntoma de una perniciosa enfermedad: la inmediatez. Todo lo vemos a corto plazo, y por eso no nos hemos dado tiempo, ni ahora ni antes, a pensar seriamente el cambio que queremos. Se habla de «articular una alianza electoral», y ese adjetivo es toda una declaración: pensamos nuestras posibilidades en función de una coyuntura y de unos vencimientos temporales que, a diferencia de los partidos, no tenemos ninguna seguridad de sobrevivir. ¿De qué cambio se habla en este contexto? Si algo han demostrado las propuestas más sensatas de estas precipitadas y coyunturales alianzas de los sectores que se reclaman progresistas es su cooptabibilidad. Revisemos, si no, los discursos de Danilo Medina y el pronunciado ayer por Hipólito Mejía, y ahí encontraremos todos los temas –razonables, repito— que han sido enarbolados en el pasado y pueden ser enarbolados en este momento para pretender marcar la diferencia. Puede que me falte razón, pero pienso que esto se debe, al igual que lo que acontece con la identidad política, a que estos grupos han sido incapaces de ampliar su repertorio de temas políticos y porque, además, se han quedado en enunciados de choque. El infierno son los otros, y pensar así los exime de elaborar contenidos a partir de una reflexión que cambie la cultura política y, sobre todo, que se diferencie de la agenda de los partidos. Estamos en contra de la corrupción, ellos también; prometemos combatirla, ellos también; queremos una sociedad más justa, ellos se han comprometido a utilizar el poder para lograrla; queremos el 4% para la educación, ellos han prometido eso y más. ¿Nos consolamos diciendo que carecen de crédito público y político? Mayo de cada cuatro años nos dice que el descrédito no es tanto como para que podamos, sin incurrir en error, hablar de crisis del sistema de partidos.
5. ¿Qué programa mínimo nos puede unir? Nuevamente desde mi punto de vista, lo que puede unir a los sectores progresistas en este momento no es un programa mínimo ni máximo. Podría lograrlo, quizá, un proyecto. Porque pese a la demostrada invalidez histórica de los grandes relatos, la sociedad no ha renunciado a la esperanza. Un proyecto que ocupándose de los problemas de los que se ocupa la política tradicional, sepa iluminarlos con otra luz crítica e incorpore otros que por su carácter subversivo el conservadurismo asordina. Me refiero, por ejemplo, no a los derechos de las minorías, ya institucionalizados, sino a la reivindicación de las diferencias en su calidad de opción política.
6. ¿Cómo y con cuál metodología elegir una candidatura presidencial que nos represente a todos y a todas? Aquí volvemos al punto de partida: no queremos ser iguales, pero lo somos. El problema no es llevar un candidato presidencial representativo, si acaso fuera posible elegirlo, el problema es qué le otorga esa representatividad. ¿Un acto de fe en sus cualidades excepcionales? En ese caso, lo que necesitamos no es una metodología, sino una teología. Pero otra vez, ¿cuáles son los sectores a los que queremos convocar? En la geografía de los grupos y movimientos que, por comodidad expositiva llamamos alternativos, ya hay candidatos perfilados y elegidos, con propuestas que se pretenden antagonistas de las enarboladas por los partidos tradicionales. Ha sido así cada cuatro años, y en cada ocasión la metodología ha sido la coartada para marchar cada uno por su lado.
7. ¿Los movimientos y partidos políticos independientes persistirán en el error de presentarse divididos, en varios bloques y con varias candidaturas que representan lo mismo, a las próximas elecciones? Me temo que sí. No hay nada que nos haga pensar que puede haber un cambio respecto a experiencias pasadas. En términos generales, son grupos endogámicos que pueden dispersarse en algún momento para que algunos de sus miembros, por ejemplo, participen como candidatos o candidatas en la boleta de un partido tradicional –lo que particularmente yo no reprocho— para reagruparse luego alrededor de los mismos planteamientos circunstancialmente abandonados. Una observación más al respecto: calificamos de “error” esta multiplicidad de candidaturas, y este es un juicio de valor, por tanto un juicio moral y no político. ¿Error respecto a qué?
8. Fernando Savater afirma que no anda descaminado quien navega a la misma distancia de dos males iguales. La abstención electoral es un derecho de conciencia, así que no es ni correcta ni incorrecta desde el punto de vista político. Lo que no sé es si valdrá el esfuerzo promoverla como respuesta colectiva. Sobre todo porque esta promoción podría encontrarse con objeciones muy razonables, como la que afirme que no es cierto que todos los políticos, y ni siquiera todos los partidos, son iguales. O porque puede haber gente de esa que quiere el cambio aquí aludido que considere pertinente ya no solo votar por los partidos de siempre, sino también comprometerse eventualmente con uno de ellos para intentar impulsar los cambios por los que propugna. Arriesgarse, lo que me parece muy valiente, a ocupar un espacio en el muladar sin hacer asco.
9. En sistemas autoritarios, distinguir entre el bien y el mal es muy fácil. En democracia es verdaderamente complejo. Hace falta inteligencia no solo para interpretar el discurso y las elecciones políticas de los que podemos considerar contrarios, sino para construir nuestro propio discurso y elecciones. Y esto último toma tiempo y consume muchas energías emocionales e intelectuales.
10. Quiero terminar mi participación en este panel con dos párrafos del panfleto “¡Indignaos!” publicado por el nonagenario escritor y militante de la Resistencia a la ocupación nazi a Francia, Stephane Hessel, dirigido a la juventud de su país y que, de acuerdo a las informaciones periodísticas, se ha convertido en un éxito editorial, pese a que solo tiene 19 páginas.
11. «Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es algo precioso. Cuando algo nos indigna, como a mí me indignó el nazismo, nos volvemos militantes, fuertes y comprometidos».
12. «Es verdad que las razones para indignarse pueden parecer hoy menos claras o el mundo demasiado complejo. ¿Quién manda, quién decide? No siempre es fácil distinguir entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no tenemos que vérnoslas con una pequeña élite, cuyo modo de actuar conocemos con claridad. Este es un vasto mundo de cuya interdependencia nos percatamos claramente. Vivimos con una interconectividad como jamás ha existido. Pero en este mundo hay cosas insoportables. Para verlas, hace falta observar con atención, buscar. Les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir “yo no puedo hacer nada, yo me las apaño”. Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella».
13. No quiero ser asertiva y solo me aventuro a pensar en voz alta que quizá más que preocuparnos por lo que pueden hacer los sectores progresistas de aquí a mayo del año próximo, es decir, en el mismo tiempo calendario que el de los partidos tradicionales, pudiéramos comenzar a fomentar una verdadera y militante indignación.
1. La nota anunciando este conversatorio aprovechaba para anticipar su posible contenido. En forma de preguntas continuadas, ponía sobre la mesa las inquietudes que justifican este intercambio de impresiones. Yo no tengo respuestas para esas preguntas, lo digo desde el principio. Tengo, como todos ustedes, esas y otras preguntas, esas y otras inquietudes, y algunas certidumbres problemáticas.
2. Debo decir, sin embargo, que las preguntas de la nota que aludo me hacen pensar que la busca por los sectores progresistas de un camino propio ha sido hasta ahora similar al trabajo de Sísifo con el sentido que le daban los dioses: un trabajo inútil y sin esperanza. La misma pregunta recurrente, la misma angustia de verla replanteada de manera incesante a través de las últimas cuatro o cinco décadas. ¿Qué hacer frente a este panorama de dispersión de las fuerzas progresistas, de imposibilidad real de hacer valer sus ideas, que creemos superiores, frente a una población que pendula entre uno y otro partido «tradicional», que los vota mayoritariamente y que los cuestiona solo hasta un límite? ¿Por qué no hemos sido ni somos ahora capaces de catalizar los descontentos embrionarios, de convertirlos en respuesta antisistémica?
3. Desde mi punto de vista, los sectores progresistas purgan el pecado original de tratar de construirse una identidad en oposición discursiva con los sectores conservadores representados, con distinta gradación según el tiempo histórico, por los diferentes partidos. No se ha operado un cambio en la práctica, en la cultura, sino en el lenguaje. Y esta diferencia, que no es tal, termina anulada por la reproducción de la cultura política que se dice negar. Esto explicaría, probablemente, el permanente morderse la cola de los intentos unitarios de la izquierda, o el aprovechamiento personal de espacios que han nacido con la buena intención de ser colectivos, de ir construyendo poco a poco la propuesta que exprese –y convenza de que lo hace— una nueva visión de la política y de la sociedad.
4. ¿Es posible articular una alianza electoral entre los sectores políticos y sociales que propugnan el cambio? Esta pregunta no nos remite a un proyecto, sino al síntoma de una perniciosa enfermedad: la inmediatez. Todo lo vemos a corto plazo, y por eso no nos hemos dado tiempo, ni ahora ni antes, a pensar seriamente el cambio que queremos. Se habla de «articular una alianza electoral», y ese adjetivo es toda una declaración: pensamos nuestras posibilidades en función de una coyuntura y de unos vencimientos temporales que, a diferencia de los partidos, no tenemos ninguna seguridad de sobrevivir. ¿De qué cambio se habla en este contexto? Si algo han demostrado las propuestas más sensatas de estas precipitadas y coyunturales alianzas de los sectores que se reclaman progresistas es su cooptabibilidad. Revisemos, si no, los discursos de Danilo Medina y el pronunciado ayer por Hipólito Mejía, y ahí encontraremos todos los temas –razonables, repito— que han sido enarbolados en el pasado y pueden ser enarbolados en este momento para pretender marcar la diferencia. Puede que me falte razón, pero pienso que esto se debe, al igual que lo que acontece con la identidad política, a que estos grupos han sido incapaces de ampliar su repertorio de temas políticos y porque, además, se han quedado en enunciados de choque. El infierno son los otros, y pensar así los exime de elaborar contenidos a partir de una reflexión que cambie la cultura política y, sobre todo, que se diferencie de la agenda de los partidos. Estamos en contra de la corrupción, ellos también; prometemos combatirla, ellos también; queremos una sociedad más justa, ellos se han comprometido a utilizar el poder para lograrla; queremos el 4% para la educación, ellos han prometido eso y más. ¿Nos consolamos diciendo que carecen de crédito público y político? Mayo de cada cuatro años nos dice que el descrédito no es tanto como para que podamos, sin incurrir en error, hablar de crisis del sistema de partidos.
5. ¿Qué programa mínimo nos puede unir? Nuevamente desde mi punto de vista, lo que puede unir a los sectores progresistas en este momento no es un programa mínimo ni máximo. Podría lograrlo, quizá, un proyecto. Porque pese a la demostrada invalidez histórica de los grandes relatos, la sociedad no ha renunciado a la esperanza. Un proyecto que ocupándose de los problemas de los que se ocupa la política tradicional, sepa iluminarlos con otra luz crítica e incorpore otros que por su carácter subversivo el conservadurismo asordina. Me refiero, por ejemplo, no a los derechos de las minorías, ya institucionalizados, sino a la reivindicación de las diferencias en su calidad de opción política.
6. ¿Cómo y con cuál metodología elegir una candidatura presidencial que nos represente a todos y a todas? Aquí volvemos al punto de partida: no queremos ser iguales, pero lo somos. El problema no es llevar un candidato presidencial representativo, si acaso fuera posible elegirlo, el problema es qué le otorga esa representatividad. ¿Un acto de fe en sus cualidades excepcionales? En ese caso, lo que necesitamos no es una metodología, sino una teología. Pero otra vez, ¿cuáles son los sectores a los que queremos convocar? En la geografía de los grupos y movimientos que, por comodidad expositiva llamamos alternativos, ya hay candidatos perfilados y elegidos, con propuestas que se pretenden antagonistas de las enarboladas por los partidos tradicionales. Ha sido así cada cuatro años, y en cada ocasión la metodología ha sido la coartada para marchar cada uno por su lado.
7. ¿Los movimientos y partidos políticos independientes persistirán en el error de presentarse divididos, en varios bloques y con varias candidaturas que representan lo mismo, a las próximas elecciones? Me temo que sí. No hay nada que nos haga pensar que puede haber un cambio respecto a experiencias pasadas. En términos generales, son grupos endogámicos que pueden dispersarse en algún momento para que algunos de sus miembros, por ejemplo, participen como candidatos o candidatas en la boleta de un partido tradicional –lo que particularmente yo no reprocho— para reagruparse luego alrededor de los mismos planteamientos circunstancialmente abandonados. Una observación más al respecto: calificamos de “error” esta multiplicidad de candidaturas, y este es un juicio de valor, por tanto un juicio moral y no político. ¿Error respecto a qué?
8. Fernando Savater afirma que no anda descaminado quien navega a la misma distancia de dos males iguales. La abstención electoral es un derecho de conciencia, así que no es ni correcta ni incorrecta desde el punto de vista político. Lo que no sé es si valdrá el esfuerzo promoverla como respuesta colectiva. Sobre todo porque esta promoción podría encontrarse con objeciones muy razonables, como la que afirme que no es cierto que todos los políticos, y ni siquiera todos los partidos, son iguales. O porque puede haber gente de esa que quiere el cambio aquí aludido que considere pertinente ya no solo votar por los partidos de siempre, sino también comprometerse eventualmente con uno de ellos para intentar impulsar los cambios por los que propugna. Arriesgarse, lo que me parece muy valiente, a ocupar un espacio en el muladar sin hacer asco.
9. En sistemas autoritarios, distinguir entre el bien y el mal es muy fácil. En democracia es verdaderamente complejo. Hace falta inteligencia no solo para interpretar el discurso y las elecciones políticas de los que podemos considerar contrarios, sino para construir nuestro propio discurso y elecciones. Y esto último toma tiempo y consume muchas energías emocionales e intelectuales.
10. Quiero terminar mi participación en este panel con dos párrafos del panfleto “¡Indignaos!” publicado por el nonagenario escritor y militante de la Resistencia a la ocupación nazi a Francia, Stephane Hessel, dirigido a la juventud de su país y que, de acuerdo a las informaciones periodísticas, se ha convertido en un éxito editorial, pese a que solo tiene 19 páginas.
11. «Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivo de indignación. Es algo precioso. Cuando algo nos indigna, como a mí me indignó el nazismo, nos volvemos militantes, fuertes y comprometidos».
12. «Es verdad que las razones para indignarse pueden parecer hoy menos claras o el mundo demasiado complejo. ¿Quién manda, quién decide? No siempre es fácil distinguir entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no tenemos que vérnoslas con una pequeña élite, cuyo modo de actuar conocemos con claridad. Este es un vasto mundo de cuya interdependencia nos percatamos claramente. Vivimos con una interconectividad como jamás ha existido. Pero en este mundo hay cosas insoportables. Para verlas, hace falta observar con atención, buscar. Les digo a los jóvenes: buscad un poco, encontraréis. La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir “yo no puedo hacer nada, yo me las apaño”. Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella».
13. No quiero ser asertiva y solo me aventuro a pensar en voz alta que quizá más que preocuparnos por lo que pueden hacer los sectores progresistas de aquí a mayo del año próximo, es decir, en el mismo tiempo calendario que el de los partidos tradicionales, pudiéramos comenzar a fomentar una verdadera y militante indignación.
A mi me indigna tanta palabrería sofisticada; yo soy un hombre simple, a pesar de que soy graduado de universidad y profesional por más de 20 años. Yo lo que quiero es un gobierno serio, que haga cumplir las leyes, ayude a aquellos que necesitan ayuda y deje progresar a los que queremos y podemos salir adelante sin ayuda.
ResponderEliminar¿Eso es mucho pedir? No creo, y repito... no veo por qué hay que escribir tanto para expresar ideas que si lo ve usted, son muy simples.
Saludos,
Ulises