He abandonado las lecturas sociológicas, lo confieso como expiación anticipada de mis yerros. Pese a este abandono, por mi memoria deambulan algunas ideas sobre la «cultura» que me hablan de ella como el producto de la creación cotidiana colectiva que es, además, una especie de río de Heráclito, metáfora del fluir de la vida, del cambio incesante de las cosas. «No podemos bañarnos dos veces en el mismo río», habría dicho el filósofo de Éfeso.
Pero en esta República Dominicana llena de ríos que deberían ser recuerdo permanente de la fluidez de lo humano, hay muy pocos que atribuyan valor a lo dicho por el filósofo griego hace más de 2,500 años. Por el contrario: en lugar de aceptar que la vida fluye, propugnan su inalterabilidad.
Un artículo de Graciela Azcárate sobre los suplementos culturales publicado en 7dias.com.do me llevó a una carta de Carlos Castro –dramaturgo como pocos, por lo menos en esta ínsula a la deriva— en la que trata de advertir a Danilo Medina del moho congénito de la llamada Alianza Cultural que apoya sus aspiraciones presidenciales.
La carta está escrita con la deleitosa irreverencia de quien es capaz de la osadía social y cultural de parir una obra de teatro de la revulsiva calidad de «Dramas». Filopeledeísta –y lo digo porque confiesa su posible voto por Medina—, se queja el dramaturgo de la sensación de cosa añeja que le produjeron el montaje y los discursos de la presentación en sociedad de la Alianza.
Y como la intertextualidad es, para mí, una de las más ricas experiencias de la literatura, y los buscadores de internet la panacea para todas mis ignorancias y retrasos, busqué en Google la noticia que no conocí en el momento en que se produjo. Y buscando encontré otras cosas, como las declaraciones de Pedro Vergés, cabeza y, al parecer, ideólogo de la Alianza, que en lugar de provocar mi admiración me hicieron exclamar una procacidad.
Porque sucede que este intelectual, del que supongo que ha nutrido su acervo en el contacto con otras culturas gracias a su condición de embajador, declara en un programa de radio su espanto por la pérdida de los “valores morales” de la sociedad dominicana, una de cuyas más ominosas expresiones es la pérdida del aprecio por la nacionalidad. Para él es “torturante” la que llama “despersonalización de lo nacional”, manzana edénica que hace que los dominicanos inmigrantes cambien de nacionalidad como si conservar la original no tuviera importancia ninguna.
“El cambio de nacionalidad era antes entre los dominicanos un delito moral y ahora eso se ha puesto de moda”, afirmó Vergés, de quien se dice que apuesta a todos los números de la lotería del Ministerio de Cultura, en caso de que Medina gane en el 2012.
Y a mí, lo inscribo en pancarta gigante, me da pavor que alguien que así piensa llegue a regir la cultura, aunque sea la oficial (que de poco sirve, sea dicho, excepto para aplaudir las «fabulosas» opciones y los refinados gustos de los poderes fácticos). Y me da vapor porque tener dirigiendo la política cultural oficial a alguien incapaz de entender el fenómeno sociocultural de la diáspora y su influencia en la realidad cultural dominicana y, en sentido inverso, el efecto de la inserción del país en la economía y el mundo global, es arriesgarse a una concepción ultraconservadora de la dominicanidad.
Es que yo, como dijera mi gurú Savater en una conferencia ofrecida hace años cuando vino al país como invitado por la Feria del Libro, en lugar de raíces tengo pies: soy de todos lados y no pertenezco a ninguno, aunque cargue en mi mochila la experiencia de haber nacido y crecido en este lugar que me marca.
No sé si Medina considera una aberración cultural que, por ejemplo, los dominicanos residentes en los Estados Unidos se nacionalicen estadounidenses. No olvidemos que el presidente Leonel Fernández los aconsejó –con sobrada e indiscutible razón— que hicieran todo lo posible por obtener esa nacionalidad porque eso les da poder político en un país donde siguen siendo ciudadanos de enésima categoría. Pero aún más: la Constitución consagra, desde 1994, la doble nacionalidad y siendo así, Vergés no solo es culturalmente retrógrado, sino también desinformado.
La conclusión de este escrito es obvia: si el neoconservadurismo cultural será política de un eventual gobierno de Medina, los dominicanos y dominicanas que presumimos de tener cabeza propia nos la veremos color de hormiga. Porque lo que soy yo –que no soy nadie, lo admito antes de que cualquier pelafustán me lo enrostre—tengo en poco aprecio la “nacionalidad” como “valor moral”. Que no quiere decir que no justiprecie ser dominicana, pero quizá porque tengo seguras las tres comidas. Que le pregunte Vergés a un indigente lo que significa para él ser dominicano. Y que después, si es que Carlos Castro la repone, ocupe un incómodo asiento en La Tercera, para ver y entender y asumir “Dramas”.
vamos a ver qué pasa
ResponderEliminarDoña Margarita, ¿que pasa que no nos deleita con sus escritos? Dejese oir, o mejor dicho, dejese leer.
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