Durante muchos años de su vida, sobre todo los últimos, José Francisco Peña Gómez pronunció en cada coyuntura de crisis interna de su partido una frase lapidaria: “Solo el PRD derrota al PRD”.
Lo que entonces fue cierto ha sido relativizado por el tiempo. Como lo demuestran las elecciones perdidas, otros factores, y no solo su congénita vocación por la trifulca intestina, son capaces de hacer que el perredeísmo salga maltrecho de las contiendas.
Mas el PRD no ha dejado de ser enemigo de sí mismo. Sin espíritu de cuerpo, carente de un norte colectivo, cada vez más distanciado de sus identitarios principios democráticos, es incapaz de evitar la erupción de las diferencias personales, a veces de una nimiedad ofensiva, que lo distraen de tareas relevantes, sobre todo en este tiempo en que se juega su vuelta al poder.
Mientras de frente tiene un contendor compactado alrededor de Danilo Medina, pese a que una parte mayoritaria de la dirigencia alentó el espurio sueño de la reelección del presidente Leonel Fernández, en el perredeísmo aún algunos continúan hablando de escollos en el camino de la integración y la unidad, y obligando a otros al desmentido cotidiano.
Contagiados, al parecer, de la idea de la estulticia colectiva, muchos de quienes apoyaron las frustradas aspiraciones de Miguel Vargas Maldonado, y este mismo, airean públicamente sus quejas, resentimientos y falta de fe (¿o de interés?) en el triunfo de Mejía. No deja de asombrar al menos lúcido que el presidente del PRD necesite ser invitado a “integrarse” a lo que es responsabilidad inexcusable del cargo.
Y no es que los quejosos crean que son imprescindibles para ganar y por eso reclaman un puesto en la tropa, casi siempre de mando y con aval de futuro. Sus quejas tienen otras finalidades subyacentes menos altruistas: por un lado, demostrar la incapacidad del candidato del propio partido para poner cualquier cosa en orden, su talante díscolo y su propensión a la exclusión. Por el otro, y es lo que han dicho públicamente comentaristas que se presumen irrefutablemente enterados, abonar las “razones” de su paso a la acera contraria: un cargo público, aparejado al apoyo a Medina, los “resarcirá” del desaire del que se dicen víctimas. Ni actores ni comparsa, pero bien gratificados por su “convencimiento” de que hacen “lo mejor”.
Si finalmente dan este paso, como se rumorea, es posible que no logren otra cosa que estrujarnos en la cara a los ciudadanos y ciudadanas la progresiva mala calidad de la política y los políticos, el ambiente prostibulario del sistema de partidos y el uso del Estado como botín, lo que ya es bastante, no lo niego, mas no novedoso. Ellos saldrán bendecidos por la prebenda clientelar, pero no decidirán la suerte de mayo. El destino electoral del perredeísmo está fundamentalmente en manos de su candidato, solo hasta ahora puntero, en cómo sepa lidiar con lo que lo espera, que no es poco ni fácil. Pero eso es harina de otro costal.
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