Es un hecho trivial, sin duda alguna, salvo por el protagonista y su irreprimible afición a dar lecciones en absolutamente todos los campos del saber y aledaños conexos. Y porque esclarece aún más la idea que de la educación tiene quien nos gobierna.
Recomendar la lectura en voz alta de un periódico, cual que sea, con la finalidad de que el lector adquiera pericia en el manejo del idioma, en este caso el español, será muy innovador pero presumo que absolutamente marginal al proceso de aprendizaje. Claro, no soy pedagoga ni lingüista, como quizá lo sea el presidente Fernández, quien aconseja a sus amigos poner a su prole a practicar de ese modo con el periódico El País –y en esto coincido con él--, el mejor periódico en lengua española. Lo leo todos los días (en silencio, desde luego) con verdadera fruición y envidia periodística.
Pero sucede que el español en que está escrito este diario es el de España y, por tanto, incorpora estructuras, léxico y giros gramaticales que son propios de la lengua que los hablantes españoles han ido construyendo a través de su historia. Por ejemplo, y cito al Diccionario panhispánico de dudas, el uso de la secuencia preposicional a por “pospuesta a verbos de movimiento como ir, venir, salir, etc., con el sentido de ‘en busca de’, se percibe como anómalo en el español de América, donde se usa únicamente por: ‘Voy por hielo y cervezas a la tienda’”. Es decir, un hablante americano, y un dominicano mucho menos, no dirá jamás “voy a por hielo”, como sí lo hará un español.
Quien no entienda que la lengua es una construcción colectiva dependiente de la experiencia social y cultural de una comunidad específica de hablantes, tampoco encontrará sentido al qué, cómo y para qué se enseña... el español dominicano. Y restará mérito, por ende, a toda exigencia de una mayor inversión para desarrollar un currículo que responda a nuestro etos (así, sin hace intercalada). Muy probablemente piensa que nos basta con El País para aprender el idioma y con un Community College para situarnos en la periferia de las tecnologías.
Cuando escuché al presidente Fernández confesar su consejo, tuve la sensación de que puede estar padeciendo de indigestión informacional, muy frecuente en este acelerado siglo XXI. Si tenemos acceso a internet podemos leer no importa qué y nos creemos en capacidad de hablar sobre cualquier cosa. El problema es que con frecuencia caemos en el ridículo.
Ya he dicho que soy lectora asidua y gozosa de El País, cuyos titulares anticipan diariamente su contenido en mi correo. Y que nunca –casi nunca, no debo exagerar— me pierdo la columna de la defensora del lector porque es la mejor cátedra de periodismo que ofrece el periódico.
Precisamente en septiembre de este año, Milagros Pérez Oliva, la defensora del lector, escribió dos notas sobre los “errores y horrores” gramaticales y de otra índole que cometen los periodistas de El País, en respuesta aquiescente a las cada vez más numerosas quejas de los lectores por las faltas de todo tipo que degradan en el periódico el uso del lenguaje y el manejo de la información.
El 11 de septiembre, en una nota titulada “Errores y horrores de agosto”, Pérez Oliva escribe: “En una reunión celebrada el pasado lunes, el director de EL PAÍS, Javier Moreno, hizo un severo reproche a toda la redacción por la gran cantidad de errores que se cometen”.
Vale pues una sugerencia a los padres amigos del presidente que han recibido y seguido el publicitado consejo: antes de poner a su hijo o hija a leer en voz alta este magnífico periódico, tomen la precaución de verificar que el texto que leerá su vástago no es uno de esos que provocan la ira de los buenos lectores españoles. En caso de duda, decídanse por ponerles enfrente un buen libro de gramática.
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