La rasgadura de vestiduras por la concesión del Premio Nacional de Novela al libro “A la sombra de mi abuelo”, escrito por Aída, nieta del dictador Rafael Trujillo, ha sido tanta que interfirió casi hasta ahogarlo el tradicional discurso conmemorativo del 30 de mayo. En nombre de heroicidades perpetuas e incontestables, dignidades ofendidas en su dolor personal han salido a la palestra para repudiar, con argumentos estrictamente morales, que el jurado del premio, extranjero en sus dos terceras partes, eligiera precisamente esa obra de tierna remembranza del dictador en la víspera del 48 aniversario del ajusticiamiento.
No he leído el libro de Aída Trujillo porque no es el tipo de texto al que dedico mi tiempo. Algunos que sí lo han hecho lo califican de bodrio, y dicen que está escrito en un lenguaje rústico, carente de elegancia, y que no respeta la preceptiva del género. Estos juicios me libran de la tentación de pagar lo cuesta el ejemplar para satisfacer, lo confieso, una curiosidad que sería morbosa, no literaria.
Yo, que en preferencias literarias me declaro predecesora de Guacanagarix, no me ofendo porque Aída Trujillo elogie la humanidad de su abuelo en el entorno familiar, aunque anulada para el inmenso resto de la sociedad dominicana. Me ofendo porque este país acrítico se permita el plus de coprofagia que aporta la secretaría de Cultura al creer que brilla más porque usa abrillantador importado. La novela, que es un género trasplantado a nuestra cultura desde la vieja Europa –como por demás lo ha sido a todo el resto de las culturas, con mayor o menor éxito— como mejor funciona, al decir de Naipul en "Leer y escribir", “es en un espacio moral y socialmente restringido”, no solo como técnica narrativa, sino también , como reconstrucción del pasado o como expresión de un hoy que tiene sus propios códigos, para el escritor y para la sociedad en la que se produce esa escritura. Me temo que el mexicano Jorge Volpi y el salvadoreño Manlio Argueta conozcan no ya la historia y la cultura dominicanas sino, y básicamente, la producción literaria del país.
Tampoco sé si “A la sombra de mi abuelo”, además de no ser novela y estar mal escrito, es parte de una campaña para reivindicar la figura histórica de Trujillo y deshonrar la memoria de quienes lo combatieron, dejando muchos la vida en ese combate. Pero no es un punto que dilucidaría como cuestión principal en este caso. Mi razón es simple: el 30 de mayo de 1961 fue abatido Trujillo, no el trujillismo, que sigue siendo la visión que las élites tienen del Estado y la sociedad. En beneficio de la memoria histórica que ahora se reivindica con tanto ardor, no olvidemos que el golpe de Estado de 1963 tuvo entre sus más sobresalientes instigadores a varios de nuestros “héroes nacionales”, y que cuando la población se alzó en armas para restituir la constitucionalidad en abril de 1965, volvieron a estar del lado más perverso de la historia. Ni hablar de la complicidad con el gobierno autoritario de Joaquín Balaguer, uno de los más reconocidos ideólogos del trujillismo.
Refresquemos algunos nombres y sus primacías: la élite “antitrujillista”, liderada por Viriato Fiallo y Juan Isidro Jimenes Grullón, conspiró activamente para derrocar al primer gobierno democrático que se daba el país en más de 30 años. Al triunvirato que se formaría poco después fue a parar como cabeza Donald Reid Cabral, hermano de Robert Reid Cabral, quien refugiara en su casa a Antonio de la Maza y Juan Tomás Díaz, dos de los conjurados del 30 de mayo, y él mismo parte del compló. En el segundo, el Gobierno de Reconstrucción Nacional formado el 30 de abril por el embajador norteamericano John Bartlow Martin, fue puesto al frente el “héroe nacional” Antonio Imbert Barreras, quien se convirtió así en "presidente" de la zona ocupada por los invasores estadounidenses. Ambos acontecimientos costaron la vida de miles de dominicanos.
Si hablamos del trujillismo en la llamada cultura, baste recordar que en 1992 le fue conculcado a Viriato Sención ese mismo Premio Nacional de Novela, concedido entonces por la secretaría de Educación, que había ganado con “Los que falsificaron la firma de Dios”, una novela crítica del papel jugado por Joaquín Balaguer durante la dictadura trujillista. El escritor no fue reparado por el primer gobierno de Leonel Fernández (1996-2000), surgido del Frente Patriótico pactado con Balaguer, y hasta donde la memoria me alcanza tampoco por el gobierno de Hipólito Mejía.
Pero si de lo que hablamos es del trujillismo en Cultura y quiere un solo dato fehaciente, haga este simple ejercicio: váyase al malecón, párese frente a la sede de la secretaría, no por azar antiguo local del Partido Dominicano de la dictadura, lea la frase de Leonel Fernández escrita en bronce en la fachada y pregúntese por la razón política e ideológica por la cual fue puesta ahí. Datos hay muchos más pero, de momento, basta con la carga simbólica de este.
Como pienso así, no hablaría de ofensas al panteón nacional infligidas por el libro de Aída Trujillo porque la heroicidad de muchos de sus héroes hizo aguas hace tiempo. Y porque la que legaron a sus próximos solo es admisible a costa de una condescendencia extrema. Ergo, lo que debe poner este premio en debate es el estado de la cultura dominicana y el miserable papel jugado por quienes la administran.
Interesante enfoque que merece ser republicado. Lo estare haciendo en mi pagina.
ResponderEliminarMientras leo su articulo voy asintiendo, complacido, a cada cosa que dice.
ResponderEliminarCuanta mojiganga de gente que pretende ser inmaculada!
Por ahora le añado una pregunta: Por que estos estupidos funcionarios (de todos los gobiernos) tienen una foto enorme del presidente como fondo de pared? No es eso trujillismo?