Por más que lo intento, soy incapaz de entenderlo. Arcano absoluto, ninguna de mis certidumbres, enteramente humanas, logra explicarme el porqué de la satisfacción alborozada de la Iglesia católica y parte de su feligresía con el “triunfo” de la aprobación del Art. 30 del proyecto de reforma constitucional, conseguida gracias al chantaje del alto clero a los asambleístas.
Muchas cosas aguijonean mi incomprensión del contento de la jerarquía católica por la consagración constitucional, todavía no definitiva, de una mentira. Pienso que quizá sea esta impostura la única manera posible de mantener en pie lo que queda del catolicismo, progresivamente disminuido frente al empuje de otras Iglesias y religiones y del parejamente creciente desinterés humano por las cosas del otro mundo.
Como ciudadana, me he opuesto y me seguiré oponiendo sin desmayo a que las dobleces de la Iglesia católica me sean impuestas como moral social y personal a la que debo sujetarme sin apelaciones. Creo en la libertad, y me niego a ceder un solo palmo de la que he tejido como práctica e ideal de vida que me trasciende.
Pero vuelvo a mi incapacidad de entender, que me inquieta sin desasosegarme, esta alegría por la nada, por el suma cero, con el espejismo de lo deseado, por dictar normas que importan cada vez menos. Pantomima torpe del poder consciente de que su fascinación se agota. Y lo digo porque a nadie quepa duda de que la jerarquía católica sabe que nada cambiará la realidad de los abortos –terapéuticos y no--, sino que tan solo se prolongará el tiempo en que las mujeres deberán recurrir a la interrupción del embarazo, cuando sea voluntaria, en condiciones correlativas a sus posibilidades económicas. Y que no habrá médico que ame y respete la profesión que ejerce que no decida a favor de la madre cuando la calidad del embarazo lo ponga en la disyuntiva de elegir entre ella y el no nacido.
Todo continuará igual que hasta ahora, igual que antes, igual que siempre, y la jerarquía católica no puede, por mucho que lo intente, cerrar los ojos. Y sabe por eso que el Ministerio Público no emprenderá acciones contra los que, con artículo o sin él, han cooperado y seguirán cooperando con las mujeres decididas a interrumpir la gestación por razones de las que podremos disentir, pero que son las únicas que cuentan a la hora de la verdad personal de decenas de miles de dominicanas. Y nada evitará que las pobres, que acuden al hospital público, hagan uso de los recursos más extremos, casi suicidas, para comenzar una interrupción del embarazo no deseado que termina bien, aunque no siempre, gracias a las manos expertas de un médico. Y nada evitará que las de mayor holgura económica acudan a sus médicos de confianza en sus clínicas de confianza, confiadas también, si son católicas, en la benévola comprensión de su pastor.
Nada impedirá que las adolescentes –a favor de las cuales hubo que vencer la oposición de la jerarquía católica a que la educación sexual se incluyera en el currículo durante la gestión de Milagros Ortiz Bosch— sigan asomándose a la sexualidad antes de cumplir los 14 años, inmaduras y vulnerables. Ni que los hombres de cualquier edad, como lo recogen las encuestas demográficas, continúen remisos a usar el condón, no por convicción religiosa, que para ellos no cuenta, sino por la falsa creencia de que conspira contra su placer. Y seguirán, por tanto, los embarazos no deseados y los abortos, sin que el artículo 30 ni el regocijo de la jerarquía católica por él valga un comino.
En definitiva, digámoslo sin ambages, el Artículo 30, producto de esa mezcla impropia de chantaje y miedo hipócrita, tampoco logrará detener la construcción de nuevos valores, de nuevas visiones del mundo, de nuevas reclamaciones de libertad personal que, como parte de una afirmada conciencia ciudadana, nieguen la utilidad histórica de la prohibición.
Porque nada es inamovible en la conducta humana, y lo sabe la jerarquía católica alucinada con las interdicciones. Ni siquiera los dogmas. La historia del catolicismo es el mejor inventario de razones a favor del dialéctico cambio de las sociedades y de las creencias.
En la República Dominicana de este siglo XXI que comenzó y continúa casi diez años después en medio de incertidumbres, el lugar para la hipocresía, religiosa o política o incluso personal, es cada vez más estrecho. Y se borrará un día no porque los hipócritas, especie inextinguible, desparecerán de la faz de la tierra, sino porque las mentiras parecerán mentiras, las verdades no tendrán complejos, ser valiente no saldrá caro y ser cobarde no valdrá la pena, Sabina dixit.
Y porque preveo ese futuro, aun cuando no me toque en suerte, reafirmo mi desconcertada incomprensión de esta triste, infecunda, satisfacción de la jerarquía católica. Lo juro de corazón: no concibo cómo puede sentirse gratificada con meras apariencias, ni cómo se regodea en su poder vacío, en su demostrada incapacidad de lograr que el mundo cambie según su mirada; ni cómo no llora incontenible por saber que solo le queda el recurso de apoyarse en fariseos para lograr sus improductivos propósitos. Y cuando pienso en todo esto siento pena. De verdad, mucha pena.
Muchas cosas aguijonean mi incomprensión del contento de la jerarquía católica por la consagración constitucional, todavía no definitiva, de una mentira. Pienso que quizá sea esta impostura la única manera posible de mantener en pie lo que queda del catolicismo, progresivamente disminuido frente al empuje de otras Iglesias y religiones y del parejamente creciente desinterés humano por las cosas del otro mundo.
Como ciudadana, me he opuesto y me seguiré oponiendo sin desmayo a que las dobleces de la Iglesia católica me sean impuestas como moral social y personal a la que debo sujetarme sin apelaciones. Creo en la libertad, y me niego a ceder un solo palmo de la que he tejido como práctica e ideal de vida que me trasciende.
Pero vuelvo a mi incapacidad de entender, que me inquieta sin desasosegarme, esta alegría por la nada, por el suma cero, con el espejismo de lo deseado, por dictar normas que importan cada vez menos. Pantomima torpe del poder consciente de que su fascinación se agota. Y lo digo porque a nadie quepa duda de que la jerarquía católica sabe que nada cambiará la realidad de los abortos –terapéuticos y no--, sino que tan solo se prolongará el tiempo en que las mujeres deberán recurrir a la interrupción del embarazo, cuando sea voluntaria, en condiciones correlativas a sus posibilidades económicas. Y que no habrá médico que ame y respete la profesión que ejerce que no decida a favor de la madre cuando la calidad del embarazo lo ponga en la disyuntiva de elegir entre ella y el no nacido.
Todo continuará igual que hasta ahora, igual que antes, igual que siempre, y la jerarquía católica no puede, por mucho que lo intente, cerrar los ojos. Y sabe por eso que el Ministerio Público no emprenderá acciones contra los que, con artículo o sin él, han cooperado y seguirán cooperando con las mujeres decididas a interrumpir la gestación por razones de las que podremos disentir, pero que son las únicas que cuentan a la hora de la verdad personal de decenas de miles de dominicanas. Y nada evitará que las pobres, que acuden al hospital público, hagan uso de los recursos más extremos, casi suicidas, para comenzar una interrupción del embarazo no deseado que termina bien, aunque no siempre, gracias a las manos expertas de un médico. Y nada evitará que las de mayor holgura económica acudan a sus médicos de confianza en sus clínicas de confianza, confiadas también, si son católicas, en la benévola comprensión de su pastor.
Nada impedirá que las adolescentes –a favor de las cuales hubo que vencer la oposición de la jerarquía católica a que la educación sexual se incluyera en el currículo durante la gestión de Milagros Ortiz Bosch— sigan asomándose a la sexualidad antes de cumplir los 14 años, inmaduras y vulnerables. Ni que los hombres de cualquier edad, como lo recogen las encuestas demográficas, continúen remisos a usar el condón, no por convicción religiosa, que para ellos no cuenta, sino por la falsa creencia de que conspira contra su placer. Y seguirán, por tanto, los embarazos no deseados y los abortos, sin que el artículo 30 ni el regocijo de la jerarquía católica por él valga un comino.
En definitiva, digámoslo sin ambages, el Artículo 30, producto de esa mezcla impropia de chantaje y miedo hipócrita, tampoco logrará detener la construcción de nuevos valores, de nuevas visiones del mundo, de nuevas reclamaciones de libertad personal que, como parte de una afirmada conciencia ciudadana, nieguen la utilidad histórica de la prohibición.
Porque nada es inamovible en la conducta humana, y lo sabe la jerarquía católica alucinada con las interdicciones. Ni siquiera los dogmas. La historia del catolicismo es el mejor inventario de razones a favor del dialéctico cambio de las sociedades y de las creencias.
En la República Dominicana de este siglo XXI que comenzó y continúa casi diez años después en medio de incertidumbres, el lugar para la hipocresía, religiosa o política o incluso personal, es cada vez más estrecho. Y se borrará un día no porque los hipócritas, especie inextinguible, desparecerán de la faz de la tierra, sino porque las mentiras parecerán mentiras, las verdades no tendrán complejos, ser valiente no saldrá caro y ser cobarde no valdrá la pena, Sabina dixit.
Y porque preveo ese futuro, aun cuando no me toque en suerte, reafirmo mi desconcertada incomprensión de esta triste, infecunda, satisfacción de la jerarquía católica. Lo juro de corazón: no concibo cómo puede sentirse gratificada con meras apariencias, ni cómo se regodea en su poder vacío, en su demostrada incapacidad de lograr que el mundo cambie según su mirada; ni cómo no llora incontenible por saber que solo le queda el recurso de apoyarse en fariseos para lograr sus improductivos propósitos. Y cuando pienso en todo esto siento pena. De verdad, mucha pena.
Margó: gracias por tu profundidad, lucidez y acierto. Te reitero mi admiración y respeto.
ResponderEliminarGustavo Olivo Peña
Maggie, ellos se regodean tambien en la alegria,
ResponderEliminarporque son representantes de la doble moral, fariseos tambien, portadores de la hipocrecia, mentirosos, y opresores historicos.
Pero bien, como dices los abortos seguiran a la orden del dia, no importa como, incluyendo embarazos y abortos responsabilidad de algun miembro del clero.
Verdad Cardenal Lopez Rodriguez? Usted si sabe de eso.....
Dinorah Cordero
New York
¿Cuántas mujeres habrán preñado y hecho abortar alguno que otro miembro de la Iglesia, o de los "honorables" miembros del Congreso Nacional?
ResponderEliminarComo bien dices, Margarita, la aprobación del artículo 30 de la Constitución no impedirá nada de lo que se ha hecho hasta ahora, y que se seguirá haciendo: muchas mujeres tomando Citotec en sus casas, y yendo al hospital o a su médico privado con un aborto incompleto; muchos médicos que practicarán esos abortos sin importarles si el embrión está vivo o no; muchos otros que elegirán la vida de la madre en casos de riesgo para ella; muchos otros que ante el diagnóstico de un feto con anomalías incompatibles con la vida le sugerirán a la madre abortar, y lo harán, en fin. Todo esto sin que nadie salga acusado ni sea condenado, como hasta ahora.
El Cardenal piensa qeu asi se gana un tanto con el Papa Nazi y se acerca mas a Roma. Patetico, pero real.
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