sábado, 10 de octubre de 2009

Aunque no lo quieran ver, estamos jartos


Cuando anunció su pretensión de reformar la Constitución, en fecha de la cual no quiero acordarme, el presidente Leonel Fernández, tan hiperbólicamente asertivo como siempre, dio por iniciada “la revolución democrática” dominicana.

Trazó una nueva la raya de Pizarro –que en eso tiene la balaguerista experiencia de 1996-- entre la guabinosa democracia precedente y la que fundaría la nueva Constitución leonelista. Él, el iluminado, haría posible que la democracia dominicana adquiriera cualidades modélicas.

Mentira, como casi todo lo que dice y promete. Pura retórica vacía para encubrir vergonzosamente el proyecto neoconservador del cual es adalid. Burda manipulación de un proceso social que, reclamado desde hace muchos años por la población (que no ciudadanía), se convirtió en sus manos en instrumento de su propia construcción de representante indiscutible e indiscutido de los sectores más conservadores de la sociedad dominicana.

La realidad política le jugó, sin embargo, una mala pasada, aunque no por razones ideológicas: el número de manos propias levantadas no era suficiente para concretar su proyecto y las adicionales reformistas resultaban onerosas. Fue entonces cuando recurrió al “opositor” Miguel Vargas Maldonado, el mismísimo con el que no quiso debatir durante la campaña electoral de 2008 por su incapacidad de “conceptualizar”. El mismísimo al que miró desde la altura de su Olimpo teórico y le pareció siempre un insignificante insecto infrapolítico.


Mas la necesidad tiene cara de hereje. Vargas Maldonado, dispuesto a negociar sin condiciones, quizá acatando las opiniones del estratega neoperredeísta Andy Dahuajre, le sacó en junio las castañas del fuego a Fernández. Dicen algunos que lo hizo porque, como el insoportable Horatio Caine de CSI Miami, confía en que es el papaúpa de la matica. Yo pienso, y no creo estar equivocada, que cambió el oro de la tradición liberal perredeísta por la baratija de la pretensión de quitarle a Leonel Fernández parte del respaldo de los sectores más conservadores de la sociedad dominicana, cuyo odio genético por el PRD está más que documentado. Si fue candor, el de Vargas Maldonado termina donde comienza su coincidencia con Fernández, que no es otra que la interpretación antidemocrática, autoritaria y neoconservadora de la sociedad. Para ambos, el poder es corporativo. Chapó.

Por eso Fernández y Vargas Maldonado pactaron entre ellos en junio y volvieron a pactar en fechas sucesivas a través de sus representantes en la Asamblea Revisora. Gracias a estos pactos, el proceso de reforma constitucional ha terminado por parir un monstruo que, por suerte para el país, devorará a sus padres más temprano que tarde. En previsión, crucemos los dedos.

Como dijera hoy Hipólito Mejía –sí, ese mismo--, Fernández y Vargas Maldonado han creado una asociación para proteger sus respectivos intereses políticos y empresariales. Un “Joint-venture”, digo yo, que invierte en la conversión del país en el paraíso de la impunidad del gran capital. No por casualidad la Asamblea Revisora dio marcha atrás y desconoció en tercera lectura que las playas son incondicionalmente de dominio público –principio que había aprobado en las dos lecturas reglamentarias— el mismísimo día en que Gustavo Cisneros y su bella hija anunciaban en el almuerzo mensual de la Cámara Americana de Comercio que comprarán a Miches con dos mil millones de dólares. Dinero que no pueden invertir en comprar playas en Venezuela porque Hugo Chávez, que no es santo de mi devoción, tiene reglas que no lo permitirán jamás.

Ya lo dijo el sangre azul de Andrés Henríquez, asambleísta del derechizado nuevo PRD que Vargas Maldonado construye a golpe de exclusiones: la supeditación del acceso a las playas al interés privado evita que “turbas barriales” penetren a los complejos hoteleros para comerse desde la picadera hasta el bufé. Más claro, ni el agua.

Son estas opiniones, y no las enviadas a la prensa el 5 de octubre como declaración personal por Enrique de Marchena Kaluche felicitando a los asambleístas, lo que la plagiaria Asociación Nacional de Hoteles y Restaurantes (ASONAHORES) debe reproducir sin sonrojos como propias, que de retorcimientos estamos ahítos los dominicanos y las dominicanas. Además, el sector empresarial turístico cuenta con la bendición del presidente Fernández y del “opositor” Vargas Maldonado, razón suficiente para hacer reserva de detritos.

Pero ¿saben qué? La gente esta jarta, aunque los descerebrados de los partidos no se percaten. Esta “jartura” la expresaron muy creativamente esta tarde de viernes frente a la sede de la ignominiosa Asamblea Revisora centenares de jóvenes cuya rabia política es temible. Yo estuve allí. Junto a mi entrañable Ramón Colombo extendí una toalla playera y sobre ella una suculenta olla de espaguetis. Puro metamensaje de dos que creen saber algo de comunicación. Ni él ni yo presumimos de ser el oráculo de Delfos, pero coincidimos en ver en el porvenir de nuestros “líderes” políticos un infartante atragantamiento. Amén.

2 comentarios:

  1. Siempre es la misma gente: los que se quejan; los que publican; los que se oponen; también los que gobiernan. Que son los mismos, aunque cambian de lugar y dependiendo de las circunstancias, como toda entidad darwinista que se adapta buscando la esencial ventaja. Aunque en esta historia nuestra, uno no sabe si recurrir a Darwin o Gould, dados unos fenotipos que no cambian. Permanecen inmutables durante largos periodos de tiempo, como en un estasis evolutivo [sí, estasis] que espera el indispensable rompimiento, la catástrofe.

    Creo que sí, la Gente está Jarta, pero aun no estoy seguro de qué, o de quiénes. De los mismos de siempre, supongo.

    Saludos

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  2. KuerVo: No, no siempre es la misma gente. En la protesta actual hay actores novísimos. Además, no circunscriba la protesta al ámbito urbano, y particularmente capitalino. Y aún aquellos que cambian de lugar podrían tener su mérito, depende de hacia donde cambien. ¿Por qué pedirle a la gente que no mude? Obvio lo de los fenotipos, intento una interpretación no darwinista de la vida social. Y no, no creo que estemos en una estasis evolutiva. Por el contrario, la sangre se nos está subiendo a la cabeza, y bulle. La gente está jarta, créalo, y cada vez más clara sobre la razón eficiente de su jartura.

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