jueves, 10 de noviembre de 2011

Moncada, González y la dudosa condena de la violencia

La muerte de Guillermo Moncada a manos de Rafael González es un hecho de violencia extrema inadmisible e irreparable. En términos jurídicos, quizá la defensa encuentre atenuantes; moralmente, no tiene ninguna.

No conocí a la víctima ni conozco al victimario. Pero como muchos cientos de dominicanos y dominicanas he sido impactada por el suceso y la avalancha de opiniones, casi en su totalidad y parejamente condenatorias de González, a veces con los peores epítetos, y de exaltación de las bondades de Moncada.

A diferencia de otros casos, de esos que también produce cotidianamente la violencia personal y social que nos arropa, este ha sido inusitadamente mediatizado. Que así haya sido tiene que ver con el escenario del suceso, un barrio de clase media, y con el estatus de los desgraciados protagonistas, personas con una amplia red de relacionados profesionales y de otra índole, con una relativa facilidad para la creación de opinión pública.
También han contribuido voluntariamente algunos medios, cada vez más proclives a la dramatización y espectacularización de las informaciones. Siguiendo esta ya frecuente práctica, estos medios se han erigido en jueces o han servido de tribuna para que otros, adoloridos por la tragedia, dicten su inapelable veredicto.

Así, lo que pudo haber servido para motivar una reflexión colectiva sobre la violencia y sus efectos en las relaciones interpersonales y sociales, se ha convertido en dinamo de otras formas de violencia. Basándose en antinomias –la ejemplaridad y la psicopatía--, el discurso de la solidaridad con los agraviados no procura justicia, procura venganza. Casi un ojo por ojo y diente por diente del que  serían instrumento los jueces que deberán decidir la suerte inmediata del victimario. La violencia que se dice condenar se vierte torrencial en la propia condena.

Un gesto presuntamente fraterno me confirma lo que llevo dicho: de cada –o casi— balcón del edificio en que sucedió la tragedia cuelgan letreros con la leyenda “No queremos vivir con familias violentas”: simbólica orden de expulsión y condena moral de terceros no partícipes en el hecho sangriento. Juicio ético de los “buenos” a los “malos” que los condena al ostracismo social y espacial.  Desliz, sin embargo, de esa pretendida supremacía: los buenos, en sus pancartas, no condenan la violencia como hecho que daña la vida en sociedad y desconoce derechos humanos fundamentales;  quieren desplazarla fuera de su territorio, que no los amenace a ellos, que no los perturbe. Quizá sea legítimo, pero ahí se queda.

2 comentarios:

  1. He pasado la mitad de mi vida disparando armas de fuego, las adoro, las respeto. Es falso de toda falsedad, que una persona que le esten apuntando, va a sacar un arma de fuego del bolsillo, de la cintura o de donde sea, la active y dispare.Eso no cabe en la cabeza de nadie y menos la mia. Para usted sacar un arma de fuego, activarla (sobarla) y disparar 10 tiros en el cuerpo de una persona, necesita por lo menos 20 segundos minimo, mas si es como en el caso que nos ocupa, alguien que no sabe utilizar una pistola. El relato es flojo, muy flojo.
    Ante todos los argumentos del victimario y sus familiares, yo les pregunto: y porque el asesinado no disparo? Ni un solo tiro, tenia ventaja y vio como su asesino saco la pistola.Eso es un cuento mal hecho

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