Solo los tontos...

Vuelvo de regreso a “Perdonen la molestia”, este territorio tan personal, tan íntimo, que no me toma en cuenta la duración de mis ausencias. Y lo hago ahora, en este momento preciso, no por una razón inmanente, sino porque buscando en los anaqueles un libro de Norberto Bobbio que me afano en consultar, me encontré con Pensamientos arriesgados, de Fernando Savater. Lo leí en 2002. Me lo atestigua un billete de tren conservado entre sus páginas.

Lo hojee y me detuve en los resaltados en amarillo que cuando leo a Savater tintan la mayoría de las páginas. Y me conmovió una frase que pudo haber sedimentado en mi conciencia, pero que olvidé en su utilidad de cita: “Pensar no es verlo todo clarísimo, sino comenzar a no ver nada claro lo que antes teníamos por evidente”.

A mí, lo confieso, me aterran cada día más las certidumbres. Y es una paradoja porque tengo ya más historia que futuro, y debería –es lo que manda la lógica utilitaria— acomodarme en la placidez muelle del dejar transcurrir la vida sin preocuparme de sus accidentes ni de sus complejidades. O sumarme al coro, si es que cedo a la vanidad de salir a escena. Cómplice de mi misma, me sitúo en este claroscuro en el que convergen la visibilidad de la opinión con la invisibilidad física.

La frase de Savater que arriba cito es complementada por otra que también transcribo para redondear las razones de mi regreso: “(…) solo los tontos no dudan nunca de lo que oyen y solo los chalados no dudan nunca de lo que creen”.